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La voz de Nicola Cruz es como su música: pensada, a veces ralentizada y metódica. Escucharlo hablar es conocer a un artista preocupado por cada detalle de su presentación: desde la puntualidad hasta los arreglos, colores, sonidos de su show. Así fue en Lollapalooza Chile donde conversamos con él en el camerino momentos antes de su salida.

Lo acompañaba Fidel Eljuri, su mano derecha y persona clave para que todo quede tal y como espera. Su trabajo incluye la preparación e instalación de los visuales que Nicola usa mientras toca.

Nicola Cruz Chile

La espera en el camerino es tranquila y sin sobresaltos de producción de último momento. Mientras se toma un pisco con cola, bromea, se ríe bastante fuera de cámara y revela su carácter casi perfeccionista. 

“Espero que la gente la llene y a tiempo, me gusta saber que todo marcha bien”, cuenta tomándose una cerveza y reflexionando en frases sueltas sobre cómo se acercó a la música y a dónde le ha llevado, desde Japón hasta Brasil, donde ha grabado con artistas como Castello Branco y Artéria.

Acabada nuestra conversación debe salir al escenario. Durante una hora y media, Nicola actuó en el sideshow del festival como telonero de Matanza, un trío chileno electrónico con el que Nicola ya grabó un track titulado Tzantza. La transición entre ambos es casi imperceptible y Nicola empieza su DJ set. En frente tiene un público ya nacido y crecido en la electrónica, la neo percusión y el beat parsimonioso. Todo está preparado.

Su música empieza a caer suavemente en los oídos, en cataratas suaves, en beats paulatinamente más cercanos el uno del otro. En el arranque del set ya es fácil darse cuenta de una cosa: cada beat está diseñado para que llegue al oído en el momento idóneo, ni antes ni después. El resultado es la hipnosis colectiva del público desde el primer momento, algo que no afloja hasta 90 minutos después.

No hay mucho más que decir. Solo escuchar la música del quizás primer músico nacional que ha puesto a los radares melómanos latinoamericanos en alerta sobre la singularidad de los sonidos del Ecuador, diseccionados y repensados desde una postura sonora contemporánea donde, normalmente, ya no existen reglas sobre cómo interpretar la música de nuestro pasado y presente.

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