La noche del 16 de abril de 2016, un terremoto de 7.8 puntos golpeó la costa ecuatoriana y causó daños permanentes en las vidas de los pobladores de lugares como Pedernales, Jama, Canoa, Portoviejo, Manta, Muisne, Chamanga, Salima, Daule, Pedro Carbo y Mompiche, entre otros. Desde 1949 el Ecuador no había experimentado un terremoto tan fuerte, calificado por las Naciones Unidas como el desastre natural más grande de la región desde el terremoto de Haití en 2010.
El terremoto dejó 20.849 personas heridas y 663 muertos, provocó una ruptura masiva en los servicios de salud de Manabí y Esmeraldas y afectó directamente a 720.000 personas, de las que 350.000 se encontraron en necesidad de asistencia de emergencia. A partir de ahí, la ayuda humanitaria para la población afectada estuvo condicionada a su relocalización en campamentos administrados por el gobierno.
Estos campamentos —en su mayoría alejados de los medios de vida de la gente— fueron diseñados bajo lógicas administrativas y burocráticas, separando familias, quebrando comunidades y sin la participación de los pobladores, quienes se rehusaron a ingresar a muchos de ellos. Esto ocasionó conflictos y dificultades para el restablecimiento del tejido social en varias comunidades que unilateralmente se organizaron en refugios informales donde ensayaron sus propios procesos de convivencia, reglas, medios de vida, etc. En esos lugares empezaron a reinventar sus vidas.
El terremoto puso en el mapa lugares olvidados del país como Chamanga, un pueblo pesquero esmeraldeño de 5.000 personas dedicadas principalmente a la pesca. El desastre también detonó tensiones en la isla de Muisne tras los intentos de evacuación forzada por parte de las autoridades y la resistencia de la población.
Durante tres días visitamos las poblaciones que conocimos hace un año para ver qué ha pasado 365 días después de aquel 16 de abril.
Esta es la crónica fotográfica de Paralelo tras la visita a Chamanga y a la isla de Muisne.