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En el 2020 el interés por el cannabis y sus aplicaciones despertó súbitamente en el Ecuador. Las reformas al COIP del año pasado, que despenalizaron el manejo y tratamiento de la planta bajo ciertas condiciones, abrieron las puertas al desarrollo de negocios relacionados con el cannabis y de productos medicinales. Juristas, comerciantes, cultivadores y naturópatas, entre otros profesionales, se lanzaron a buscar oportunidades económicas y a debatir el cannabis en espacios más formales. Las reformas legislativas fueron el gatillazo necesario para tratar el tema seriamente, pero los debates que derivan en reformas no surgen de la nada.

Marcha de la Marihuana 2018.

Antes de la fiebre del cáñamo industrial o de los extractos medicinales, y antes de la formalización del debate en espacios formales como la Asamblea, el activismo cannábico nacional dio los primeros pasos para sacar a la planta de las sombras e instalar en la agenda pública temas acuciantes como la defensa de derechos colectivos, el poder del autocultivo o las oportunidades que la planta ofrece en los planos personales y económicos.

El activismo cannábico ha sido la acción social que ha nutrido la discusión pública y ha fomentado las acciones que nos permiten ahora hablar sobre cannabis.

El activismo cannábico en Ecuador consiste en un conjunto de colectivos de defensa de derechos con agendas más o menos similares y con el cannabis como elemento transversal de sus discursos y acciones. “El activismo cannábico en Ecuador ha tenido siempre un corte social cercano a las luchas de la calle y del campo en defensa de derechos de públicos históricamente vulnerados”, dice Gabriel Buitrón, vocero de Ecuador Cannábico, la organización activista de mayor perfil e influencia histórica en el país.

Las acciones de Ecuador Cannábico a lo largo de los años han sido diversas, pero han estado marcadas por la aglutinación de ideales sociales de redistribución de riqueza y mayor justicia social, con dosis de hippismo y anarquía. “Esos temas atraviesan a la organización desde muchos espacios”, dice Gabriel.

El activismo de Ecuador Cannábico se ha desarrollado desde los espacios culturales de la capital trabajando con culturas urbanas y estilos de música juvenil, lo que ha dado a la organización un corte y públicos específicos. 

La influencia de Ecuador Cannábico ha sido grande. Su forma de organización y sus líneas discursivas han sido adoptadas por varios colectivos cannábicos de otras partes del país para intentar actuar como fuerzas coordinadas. Así, en el puerto principal, Guayaquil Cannábico procura moverse en sincronía con la organización manejando eventos similares y retro alimentándose en redes. Ya en lugares como Santo Domingo, Ibarra o Manabí, grupos activistas han tomado a Ecuador Cannábico como referencia discursiva para desarrollar sus acciones.

En la Marcha Mundial de la Marihuana, evento mundial organizado localmente por Ecuador Cannábico, su sede se convirtió en el centro de encuentro de los marchantes de otras provincias para tomarle la temperatura al estado del movimiento en un momento dado. En Ecuador, así como en Latinoamérica, el activismo cannábico se ha caracterizado como una fuerza política que aún se mueve en los márgenes pero que tiene mantiene su peso y militancia activa.    

Ahora mismo en el activismo cannábico latinoamericano hay mínimos comunes: la criminalización del consumo y la falta de claridad sobre las normas sobre posesión y tenencia. “La cultura cannábica tiene ese denominador general con sus matices”, dice Jorge Paladines. El cannabis ha estado en boca de la política en la región desde al menos los años setenta.

En países como Argentina o Brasil, los usuarios de cannabis eran etiquetados como guerrilleros comunistas y personas peligrosas para el orden público. “Se asoció la posesión con el comunismo —dice Jorge— aunque ese no es un patrón que ha estado presente en el caso ecuatoriano”.

¿Entonces qué trazos tiene el activismo cannábico ecuatoriano? “La discusión sobre el cannabis ha sido históricamente pasiva, sin duda condicionada por elementos culturales”. El debate en Ecuador siempre ha sido hermético, explicado en parte por el carácter religioso de la sociedad ecuatoriana donde es mejor no exponer preferencias ni retar el conservadurismo rancio en la Costa y en la Sierra.

“Eso ha hecho que la discusión sobre el cannabis en algún momento en particular no encienda los motores e incluso que los sectores más opulentos y las clases más privilegiadas no se revelen como usuarios de cannabis”.  

La militancia social y el cannabis han sido tradicionalmente inseparables. En esa relación y en estos tiempos singulares, entender en qué momento se encuentra el activismo cannábico nacional y hacer una retroalimentación de su accionar es un reto.

“La coyuntura del Covid-19, la cuarentena, el Estado represivo y la forma como se decide en la Asamblea han hecho que la acción colectiva sobre el cannabis no tenga una incidencia y que no busque abrirse a otros espacios, públicos y actores para generar solidaridades orgánicas con otros movimientos sociales”, dice Jorge.

“El activismo está en una etapa de oportunidades que puede llevarnos hacia una unidad o hacia la ruptura clara del movimiento (…) eso no tiene que asustarnos, es normal en muchos movimientos o en luchas sociales”, dice Gabriel. La fragmentación es natural ya que surgen nuevos colectivos con temas en común pero finalmente con motivos y objetivos distintos. 

Diversas asociaciones y cooperativas tienen diversas líneas de trabajo y practican nuevas marcas de activismo en el contexto actual de apertura. Eso ha incentivado la formación de coaliciones, casi siempre sin estructuras formales, personería jurídica o fuentes de financiación.

“Estas coaliciones, que buscan confluir en una pre federación, trabajan este momento en un objetivo principal: tener participación en la discusión de la reglamentación para el cannabis medicinal y el cáñamo industrial”. Sin embargo, los intentos de creación de una federación con membresía nacional para actuar como bloque han fracasado hasta el momento.

En estos momentos el activismo se pregunta ¿cómo vamos a regular el cannabis medicinal e industrial? o ¿cómo mantenemos en agenda la defensa de derechos de consumidores? Y la cuestión política se vuelve a encender. Las acciones que el activismo cannábico ha tomado históricamente enfrenta dificultades estructurales según Jorge. “Hay una demonización de la lucha social en Ecuador y eso impide una cohesión”. 

Esa falta de cohesión no solo se debe al tema complejo del cannabis —que termina siendo impopular— sino a la cultura política y situación coyuntural del resto de actores sociales. “La acción colectiva popular ecuatoriana es muy corporativa”, dice Paladines. Para él, esto significa que, si el movimiento indigena decide salir a las calles, es bajo la perspectiva de los intereses del movimiento indigena (…) si el MPD decide salir a las calles, es bajo la perspectiva e intereses y su discurso político.

“El corporativismo de la izquierda ecuatoriana siempre ha hecho lecturas muy limitadas de la política del cannabis”, dice. Para él, perspectivas egocentristas y un elitismo de izquierda, sin duda matizado por el alto componente etizante sobre el cannabis, han dado como resultado bloqueos infranqueables, al menos hasta ahora, para hablar de cannabis y hacer activismo desde las bases. 

“Claro que hay una izquierda conservadora para tocar el tema. Incluso, visto desde una lectura marxista, un usuario de cannabis podría ser visto como un lumpen proletario, una persona desechable (…) hay sí una vertiente moral que complejiza aún más la solidaridad orgánica alrededor del tema del cannabis, que termina siendo visto por otros sectores de la misma izquierda como un asunto de marihuaneros. “

«El corporativismo de la izquierda ecuatoriana siempre ha hecho lecturas muy limitadas de la política del cannabis”.

                                                                                                 — Jorge Paladines

Como figura clave del montaje de la plataforma de Ecuador Cannábico hace 12 años, Gabriel Buitrón ha pasado por todas las etapas de discusión y análisis político de las acciones que se han desarrollado desde adentro. Y ha sido testigo del cambio de prioridades y fracturas en el activismo ecuatoriano, pues las agendas que protegen el uso lúdico y recreativo han causado ciertas divisiones internas, especialmente cuando el activismo empieza a relacionarse con intereses económicos.

Es así que desde el activismo social ha habido cercanía con ciertos actores industriales de varios cortes. “Hay empresas que llegan solo con afán de lucro y lo notas muy rápido en las conversaciones”. 

Sectores interesados en los usos terapéuticos e industriales del cannabis no se han acercado a etiquetas de activismo con corte social cuando la realidad es que estos dos sectores van a coexistir. La cuestión es el tipo de relación que entablen. “Ahí se define el activismo en estos momentos”.

Gabriel apunta a que hay organizaciones que se han distanciado totalmente de la lucha por los derechos de las personas usuarias de cannabis en espacios públicos y presos por consumo o tenencia.

“Hay una intención de colocar una imagen de movimiento cannábico donde no la hay: en grandes empresarios, industriales y políticos que tratan de pescar a río revuelto en esta normativización del cannabis medicinal e industrial —dice Gabriel—. Pero en teoría, el sector cannábico de un país debería ser lo suficientemente amplio para el libre desarrollo de esos diversos intereses. Nadie puede abarcarlo todo, ya sea en lo industrial o en lo educativo. 

Paul Moreno vive en Riobamba y junto a su hijo Paul dirige Consumidores Responsables e Informados de Cannabis CRIC. Esta organización empezó generando espacios de acción en educación de cannabis hace 8 años en comunidades de Chimborazo donde hay más de 550 asociaciones agrícolas, pero ninguna de cannabis. Desde la formalidad han generado su comunidad educativa para enseñar sobre las posibilidades del cultivo como oportunidad fortaleciendo redes desde el exterior.

“Tras una estancia personal en Uruguay para viajar y aprender, consumamos la evolución de CRIC hacia Ananda, una cooperativa para prepararnos para el futuro”, dice Paul hijo. Su intención es abrir más y mejores espacios para el cannabis en el centro del país. En su línea de apoyo medicinal la cooperativa trata ya a más de 300 personas en Riobamba con gotas, pomadas y cremas.

“Y la mayoría de esas 300 ya está cultivando”, resaltan ambos. La apertura con la que han gozado ha llevado a los Moreno a abrirse espacios en seminarios en el país para hablar de la planta. El caso de la cooperativa Ananda es demostrativo de una forma nueva de activismo cannábico. Y en la riqueza de esas formas está el futuro de este tipo de actividad. 

«Hay ciertas personas que desde la prepotencia y una actitud soberana sobre el activismo cannábico creen que tienen algún tipo de autoridad sobre nuestras acciones”.

                                                                                — Ana Cristina Ramos, MUCA

Pero, paradójicamente, hay señales de inmadurez en algunas instancias de relación. “Hay afanes divisionistas y de protagonismo dentro de la organización”, dijo Gabriel hace poco en una conversación sobre el movimiento. Han surgido ataques y desacreditaciones desde algunos miembros de organizaciones cannábicas tradicionales a nuevos actores que están actuando desde otros lugares.

“Hay organizaciones que están en calidad de espermatozoide y ya se creen activistas”. Así tildó hace poco un miembro del activismo tradicional a la organización Mujeres Cannábicas MUCA en un conversatorio online. “Hay ciertas personas que desde la prepotencia y una actitud soberana sobre el activismo cannábico creen que tienen algún tipo de autoridad sobre nuestras acciones”, dice su presidenta Ana Cristina Ramos.

Nuevos actores, en su relación con activistas tradicionales del medio, han sufrido ataques de legitimidad al ser tildados de oportunistas sin tradición en el activismo. En climas como ese, ¿cómo se conceptualizan y empiezan nuevos activismos cannábicos en Ecuador?, se pregunta.

A muchos sectores del activismo tradicional les ha costado reinventarse para buscar mejores formas de trabajo y relación con otros actores como asociaciones familiares. “El activismo se puede hacer desde muchos espacios”, dice Ana. Buena parte del activismo tradicional no ha sabido reinventarse para acoger nuevas formas de trabajo.

Más allá de las divergencias, ¿qué le preocupa ahora al activismo ecuatoriano? La participación en los reglamentos para el aprovechamiento medicinal e industrial están al frente, “acompañados por una acción colectiva que no pierda el horizonte ni la pregunta fundamental: ¿por qué queremos humanizar la política y la legislación de drogas?” —dice Jorge— pues cuando llegan momentos como el actual debate binario, esa pregunta se pierde, se la tira al tacho de la basura y terminamos discutiendo otras cosas.

“El CBD ya está ganado”, dice Gabriel, aupado por nuevos lenguajes transmitidos por algunos medios de comunicación tradicionales y nuevas plataformas que han propuesto otros lenguajes y han ampliado el conocimiento sobre el cannabinoide. A pesar del triunfo, personajes un tanto incrédulos como Jorge advierten sobre los apaciguamientos que han incidido en que la lucha sobre el reconocimiento del cannabis desemboque en dos tipos de vertientes: conquistas ganadas o conquistas cedidas.

“Me da la impresión que hay mucho más de lo segundo”, dice. El decisor político, el mercado y los grupos de poder terminan diciendo “nosotros ajustamos las tuercas de la regulación del cannabis por decisión nuestra, no por militancia social”. 

El activismo cannábico ecuatoriano está en un momento de posibilidades y crisis. Y en medio de esa dualidad el movimiento se ha nutrido en tiempos recientes de más usuarios lúdicos y medicinales, de médicos naturópatas, psicólogos y prestadores de servicios, entre muchos otros.

Las diversas vertientes que ahora participan de una u otra forma en acciones de activismo tienen mucho que ganar y en ese contexto hay una realidad muchas veces ignorada: sin el activismo lúdico y recreacional de calle —con todas sus fortalezas y bemoles— no existiría ahora una vía allanada para el surgimiento del cannabis medicinal e industrial. 

Sin embargo, las crisis se mantienen. “El movimiento cannábico está dividido pero no debilitado, es una cuestión natural”, puntualiza Gabriel. Esa división puede ser matizada como una diversidad de agendas por el ingreso de personas que han ganado competencias técnicas y educativas desde otras culturas, asociaciones, medios y centros de investigación. La evolución de acciones de protesta hacia acciones de corte formativo y educativo son ahora una tendencia clara en el activismo ecuatoriano. 

La vigilancia tampoco se ha perdido de vista y cuestiones sensibles como los requisitos para las asociaciones que busquen manejar cannabis medicinal en un modelo de coexistencia con farmacéuticas están arriba en la agenda. “Ambos mundos deben ser diferenciados con características técnicas, pero no pueden ser tratados igual”.

Esto marcará el futuro del activismo porque durante años, muchos actores independientes han generado las capacidades asociativas y técnicas para producir semillas, generar cultivos de calidad y mejorar sus plantas, así como también para extraer cannabis y hacer derivados medicinales. La investidura de educadores que muchos de ellos han asumido y asumirán en el futuro marcará un camino de activismo con habilidades para llegar a públicos nuevos.

Ahora mismo hay activistas luchando para no quedar al margen en el reglamento, listos para participar con sus pequeñas producciones y con los controles técnicos que la normativa exija. Si eso pasa, se viene una etapa importante para el activismo cannábico que irá más allá de la exportación o de llenarse los bolsillos.

“No tengo duda de que si el cannabis se abre en su forma medicinal e industrial con participación de las pequeñas asociaciones, el activismo tiene mucho futuro. Si no es así, en cierta medida se estancará y podremos ser perseguidos, criminalizados y multados si hacemos medicamentos por nosotros mismos”.

El lugar común es ineludible en este punto: la educación es la clave. “Históricamente en Ecuador nadie ha educado sobre cannabis y creo que las personas detrás de organizaciones y asociaciones deben ser libres para educar con experiencia y poder vivir dignamente de eso”, dice Paul. Para los Moreno, la necesidad de tener un organismo de difusión de información y educación para la toma de decisiones. “Por eso empezamos CRIC”. 

“El cannabis no tiene dosis letal. Ese es un punto de partida para educar. La segunda mentira que aún tiene un enorme impacto es que el cannabis genera dependencia y ese el otro gran temor sobre el uso recreativo. “Cuando la mayoría de la población pueda entender esas dos cosas básicas creo que pasaremos a otro nivel de discusión. Si eso se entiende bien se caen los dos grandes mitos que sostienen la prohibición, criminalización y estigmatización (…) incluso desde dentro del movimiento a veces no existe esa coherencia pues hay personas que no quieren verse cerca de usuarios recreativos adultos responsables, que trabajan, que mantienen hogares, que crían hijos…”.

Ahora en muchas casas de Ecuador están creciendo cannabis y los niños lo están viendo como una planta más. Lo verán también así de adultos y podrán trabajar con ella desde sus virtudes o desde sus riesgos asociados.

Los activismos tienen fecha de inicio pero no suelen tener fin. Y en el activismo cannábico ecuatoriano actual las agendas de trabajo tienen mandatos claros dirigidos a vigilar, articular y colaborar en el desarrollo del cannabis medicinal y en la industrialización del cáñamo. “Qué mejor si a la industrialización del cáñamo le damos componentes de democracia participativa, de cooperativismo y de economía popular y solidaria”, dice Jorge, con cierta desconfianza en el futuro.

“En el corto plazo veo un libre mercado que secuestró la agenda del cannabis en Ecuador (…) también veo un Estado que seguirá criminalizando la posesión y el uso, ese será el futuro del Ecuador en cinco años fruto del presente pandémico. Quisiera equivocarme pero es un escenario esquizofrénico. La política de drogas del Ecuador es así, esquizofrénica”. Así, al activismo nacional se le avecinan viejas luchas familiares y otras más duras que no conocía. De su capacidad de organización e inteligencia dependerá su evolución. 

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