La orina humana es un simple desecho líquido. Pero para el ojo lúdico puede ser un caudal cinético que —en interacción con la tecnología— revela su fuerza como fuente de electricidad y como señal del valor biológico-cognitivo de nuestros cuerpos.
Esa reflexión remite al proyecto titulado Urine Journey que desarrollé en el verano de 2014 con un colega como experimentación en un campo profesional cercano a mi corazón: el diseño interactivo.
Voy al grano: para mí, el diseño es un universo de cosas, sujetos, ideas y objetos demasiado amplio como para sentenciarlo categóricamente. No me adhiero a divisiones clásicas de esta disciplina. Sin embargo, mi refinación apunta a ser clara.
El diseño interactivo es un ojo analítico multidisciplinario de la experiencia humana con la tecnología. Es el abordaje metodológico y/o práctico a las interacciones entre humanos, tecnología y medio. Significa —por ejemplo— analizar qué estímulos y comportamientos se insieren cuando navegamos en un smartphone, medio y extensión humana como ya nos sugirió McLuhan.
Cuando pienso en diseño interactivo me remito a qué significados aparecen en el momento en que el teléfono es una extensión tecnológica y sus consecuentes potenciales impactos. Sí, el diseño interactivo se interesa en las relaciones entre humano y tecnología; y por extensión natural, espacios.