Guillermo Ríos es el arquetipo del rapero ecuatoriano contemporáneo. En este retrato personal El Cholo habla sobre Boom Bap, su voz en el cannabis, el barrio, el valor de la instrucción y un deseo de ser profeta en su propia tierra.
Amanecer ya casi es poesía. “Personal”.
“¡Qué dice la banda! avisa El Cholo con un marcado acento guayaco y con unos minutos de retraso a una entrevista pactada. “¿Cómo le hacemos brother?”, pregunta antes de arrancar una charla en la serie de conversaciones que tuvimos a lo largo de 2023 —algunas virtuales y otras presenciales— para intentar conocer al músico, al padre de familia y al abanderado de la escena rapera nacional. Conocer a El Cholo es entrar en contacto con uno de los raperos más profesionales, sensibles y virtuosos del país. Si es que hay un “hombre renacimiento” en el rap ecuatoriano, ese es El Cholo.
Lo conocí por primera vez en Guayaquil en 2022 en la Copa Cannábica La Perla donde se presentó como headliner del movimiento cannábico con su antigua banda, A2H+. En un evento para mantener y divulgar la cultura de la planta, El Cholo preparó un setlist marcadamente stoner para su público base. “Este tipo es genial, ¿por qué no es más conocido?” pensábamos algunos. Lo que no sabíamos es que su dominio de la rima, del beat quirúrgico, de la prosodia de barrio guayaco y del mensaje polivalente lo han colocado como unos de los principales raperos del momento en el país.
El show empezó a las 20h y a medida que lo escuchaba me acercaba más al escenario de cinco por cinco desde donde rapeaba para unas 60 personas con imponente presencia y rimas encadenadas casi sin esfuerzo. Para mi sorpresa, el público sabía sus letras y lo acompañaba con fuerza. Me identifiqué con lo que decía y con los mensajes que transmitía. Sentía que era un tipo honesto y, sobre todo, original. Pensaba que no había visto un rapero igual antes aquí.
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El Cholo es un tipo de barrio, sencillo y auténtico. Un rapero con un estilo único, muy cuidadoso con su obra musical y celoso de su producción. También es un chico correcto, bien peluqueado y vestido con cuidado. “Es un mimado” dice su madre doña Nora Guerra —una de las mujeres en su vida— en conversación desde Guayaquil.
Impulsado por el reciente estreno de su nuevo álbum titulado “Cronopatía”, El Cholo abrió las puertas de su familia, y de su vida para armar este boceto de un hombre honesto, tierno y con un rico capital cultural expresado en un género urbano que en el Ecuador está buscando echar raíces definitivas para definir sus propias formas y particularidades líricas.
Mi familia es la máquina de mi fuerza motriz. “Consecuencia”.
Guillermo Alberto Ríos nació en la clínica Antonio Gil en el suburbio suroeste de Guayaquil en 1990. Hijo de Nora y Guillermo Ríos, proviene de una familia numerosa de Guillermos donde la tradición no se toca y a los papás nunca se responde. Su padre, su abuelo, sus hermanos y sus dos hijos —Guillermo David de 11 y Luis Guillermo de 7— todos se llaman así. “Quizás sea la continuación del apellido, extrañamente hice lo mismo que mi viejo”.
El Cholo creció cercano a su madre en la 26 y la Q haciendo los deberes en las mesas de manicure de su salón de belleza. “Ella es peluquera desde hace 42 años y sigue trabajando en eso con Raquelita, mi esposa. Con ella llevamos ocho años y yo también apoyo en el negocio familiar”. Su vida diurna gira alrededor de la familia. De mañana y de tarde conduce el expreso de su hijo más pequeño. Esa es su dinámica de la semana, ponerles música, “estar con los pelados…”
“De pequeño era hiperactivo y tenía déficit de atención”, dice su padre Guillermo Ríos Valenzuela, de 70 años. Guillermo padre, que proviene de una familia numerosa de Vinces, fue agente de aduanas y profesor universitario de nomenclatura arancelaria que en su momento fundó la carrera de Comercio Exterior en la Universidad Estatal de Guayaquil.
El Cholo lo recuerda como un labioso intelectual que de peladito le obligaba a leer y ahora lo agradece. “De ahí saco el don por la palabra, sobre todo las extrañas”. A pesar de la influencia, su padre estuvo ausente en sus primeros años. Fue apenas cuando cumplió 10 que volvió a entrar en su vida. Así, su mamá fue clave.
“Mi vieja es labiosísima”, dice. Y en la llamada telefónica se nota. Nora se inspira cuando dice que se siente privilegiada por ser la madre de Guillermo. “Es mi engreído y vivo orgullosa de él. Cuando está en el salón le gusta que le sobe la cabecita y la espalda mientras le digo mi Cholito”.
Quizás siguiendo los pasos de su papá y en un llamado por la formalidad que da una educación, El Cholo llegó a egresar de la carrera de comercio y finanzas en la Católica de Guayaquil. “Perdí interés al final y como ya tenía algunas fechas para tocar con K-mada en A2H+, descuidé la finalización. Me sentía mal por el gasto de billete pero no podía dedicarle el tiempo necesario”.
La influencia de doña Nora y don Guillo sirvieron para explorar sus talentos no conocidos. A los seis años le regalaron una guitarra Yamaha y de ahí para adelante nunca pararon: le dejaban tocar la batería después del culto de la iglesia, le montaron un estudio básico de grabación en casa, lo inscribieron en el Conservatorio Antonio Neumane y en el Conservatorio Superior Rimsky Korsakov ambos en Guayaquil y con mucho esfuerzo económico lo mandaron a la Escuela TECSON en Argentina para aprender mezcla y masterización.
“Él me decía —mamá, no importa— y yo le decía como usted ha sido obediente, tiene derecho de ir”. Y vieron cómo aprovechaba esas oportunidades. “Hace cinco años lo vi en Las Peñas por primera vez y me sentí muy orgulloso de verlo actuar en el escenario”, dice don Guillo.
Ni diablo ni creyente, yo merezco mi puesto, no salí por accidente. “Siente”.
Por influencia de su mamá, desde pequeño El Cholo tuvo una formación espiritual en la Iglesia Cristiana Verbo de Guayaquil donde se sostuvo durante momentos difíciles de la niñez cuando su padre estaba ausente. “Lo que me sostuvo fue mi fé porque ahí te enseñan a honrar a tus viejos y no cuestionarlos por pendejadas”.
La iglesia, aparte de brindarle un marco moral de donde agarrarse, tuvo un papel en su formación musical. El recuerdo está claro en su cabeza cuando habla de Pepito, su “pastor tatuado que se las daba de duro” y que hacía sus prédicas a los jóvenes con cassettes de temas de Vico C. “La Niña Modelo era un clásico”, recuerda, y lo ponía desde un Toyota Corolla de segunda mano en el que se mandaban.
Al mismo tiempo El Cholo hacía presentaciones informales tras el fin del culto y sembró desde entonces una relación fuerte con su Dios cristiano. “Yo era más cristiano que mis padres”. A pesar de la distancia, influyó para que su padre, “un borracho en aquel momento” según él, se acerque al culto. “Ahora yo soy más borracho (risas)”.
El arte es un terreno extenso para criticar a las personas sin que se sientan atacadas. El rap lo hace bien porque rompe esta frontera social y le habla al cristiano, al ladrón, al drogadicto…
Pasando su adolescencia en la iglesia, El Cholo eventualmente incorporó mucho de la prédica para llenar sus vacíos de contenido y la búsqueda de significados. “La vida de Jesús contada por la iglesia me ayudó a saber lo que era un estándar moral real, el pana era un hippie que paraba con borrachos, putas y ladrones diciendo que todo estará bien con amor entre todos”.
En las letras de sus canciones los años que pasó como cristiano evangélico se escuchan en rima. Puedo sentir que junto a ti todo es verdad, escribe en “Ipso Facto” o Un cristiano que se alejó de la iglesia para poder ser humano, dice en “Siente”. La última da una pista sobre el desenlace con su fé.
“Dejé la iglesia a los 17 con la inquietud de la sexualidad, de querer tener novia, de ver qué más hay pero se me quedaron valores de años de escuchar a pastores y feligreses. Yo estaba seguro de lo que creía pero no sabía nada”.
No suprimió su amor por la divinidad cuando se fue. Extrañamente, cuando salió de la iglesia sus padres lo vieron como un proceso muy de él y dejaron que continúe por nuevos caminos. Pero sigue con un sesgo cristo céntrico como él reconoce. “Creo que Dios habita en todas las cosas, no solo en la naturaleza verde sino en la música, en la ciudad, en los aparatos tecnológicos, en la forma en que respiramos, en cómo nos enfermamos, cómo nos enamoramos, cómo idealizamos…”.
La puta necedad de dar todo por rapear. “Siente”.
El rap de El Cholo es una declaración política. Es un recorrido por sus calles y sus experiencias, por su percepción de su realidad y de sus sensibilidades. Es Boom Bap con una firma muy personal. Le gusta mucho lo que hace y se nota. Es un nerd mal portado y es un músico protesta contemporáneo. Su proceso de percepción, composición y delivery está pensado de manera cuidadosa. En él transitan sus influencias musicales, su etnografía sonora y sus posturas sobre “esta vida huesa”, este recorrido que todos compartimos.
Estudió en la Escuela de Producción de Paradox donde aprendió a grabar batería pero no beatmaking porque la instrucción era rockera. Poco a poco, la cercanía a la música de Vico C dio paso a nuevas influencias más seculares como Big Boy, Mexicano 777 y Memo o la “escuela puertorriqueña de rap” como explica. “Me gusta más el rap por lo que se dice y no tanto por el ritmo. En cambio, el reggaetón pega más por el ritmo y no tanto por lo que se dice. Esta diferencia me hizo rapero”.
Para EzTone, lo que lo hizo rapero fue su personalidad de líder y su deseo de mover y promover el género más allá de sostener un micrófono. “Siempre ha querido ser gestor de muchas cosas”. EzTone es el nombre artístico de Ricardo Zurita, rapero y productor radicado en Medellín desde hace cuatro años y con quien El Cholo produjo maquetas para temas icónicos como “Despierta”.
“He estado en el hip-hop desde hace 21 años y en un momento en particular, en una búsqueda cuando sentía que tenía un color, un conocimiento, un sonido, pensé en proponer un disco, un tema… En esa búsqueda llegué a El Cholo por una recomendación de YouTube y escuché a A2H+. Hablamos, viajé a Guayaquil a un concierto y entablamos una relación creativa y personal”.
El Cholo y EzTone colaboraron produciendo maquetas, el primero en la lírica y rima y el segundo en la calibración de los beats. “Desde la primera vez que me fue a recoger al terminal en Guayaquil en un Vitara que no sé si aun tenga, recuerdo a El Cholo freestyleando (…) para él fue muy importante lo que hicimos juntos y sabe que conmigo saca una forma de rap que no la puede hacer solo”.
Estudiar beats, empezar a samplear y entender cómo se compone realmente en el hip-hop le acercó a dos figuras que él considera muy importantes en su carrera e —incidentalmente— en su consumo de cannabis. Cuando en 2013 sacó “Subjetivo”, “para cocinar la sopa tenía, pero me salía salada” recuerda. Intentaba hacer el arreglo pero no salía.
Con la ayuda de DJ Chafomón y Moogaflow, “Subjetivo” sirvió para tocar en los primeros eventos de su carrera y para golpear puertas en Guayaquil. Cuando llegaron esas influencias empezó realmente a estudiar el género. Y un año después ya estaban fumando juntos. Sobre su proceso creativo, El Cholo lo cuenta asi en primera persona:
Siempre he sido un compositor auditivo y no tanto visual. Lo primero que yo busco es un sonido porque siento que no puedo provocar una sensación desde la lírica. Antes busco un sonido que me haga sentir de una forma. Tiendo a buscar sonidos tristes y baladas trágicas que combino con un funk de batería, con una línea de bajo…
Lo que menos quiero es que piensen que por mí la marihuana es vulgar.
Entonces busco sonidos que me den una atmósfera. Me preguntabas el otro día: ¿qué es primero: la letra o el beat? Para mí es el beat. Si está turro me voy a demorar haciendo la letra. Entonces, cuando me dicen que hagamos un tema, escucho primero el beat. Recién ahí agarro un cuaderno para escribir. Y en ese camino indago lo que quiero evocar.
Mis temas no son figurativos para que la reflexión llegue más sutil y el público no sienta que le estoy invadiendo o que estoy diciéndole qué pensar. Prefiero dar un contexto emocional. ¿De dónde saco mi lírica? Critico el fenómeno que nos ofende porque duele pues brother. De ahí salen mis premisas, qué ataca al humano y qué invade su cabeza.
Un Cholito guayaquileño debe saber dónde está pisando, me gusta saber en qué contexto vivo. No rapeo sobre mafias, culos o vidas tóxicas porque no me representa. La composición rapera me acerca a la gente y a sus problemas, a lo que sienten día a día, a su insatisfacción con sus hijos, con su trabajo, consigo mismo, con sus metas y sueños… Detrás de todo eso se esconde la respuesta de Dios.
Anthony Luis Clavijo o DJ Mandy es un músico guayaquileño de 35 años nacido en Nueva York que ha llevado el hip-hop muy adentro desde niño. “Lo conozco a Guillermo antes que sea El Cholo”, dice. “Era una persona tranquila e incluso introvertida que no decía más de lo que tenía que decir. No era lo que es ahora: un rapero bestial”.
Mandy lo conoció a través de gente del medio y lo ha acompañado como músico de estudio y en vivo desde los tiempos de A2H+. Según él, desde esos momentos, El Cholo ya tiraba para solista y se estaba planteando su propio proyecto. “Es una persona emocional y flexible para trabajar.
Prefiere que te sientas cómodo para trabajar a tener que trabajar. Para él es importante que te sientas en el mood adecuado para partir, no te apresura, no te exprime… Trabaja acorde a la motivación que tenemos como músicos”.
Escribo lo que vivo. “N/N”.
Con diez años de carrera con trabajo grabado y distribuido, Guillermo tiene un corpus creativo respetable que arrancó en 2013 con “Subjetivo”, un álbum de A2H+. El año siguiente sacaron “Simple” y en 2016 vino “Sacro”. Ese fue su último trabajo en conjunto antes de seguir por caminos separados. Ya como solista en 2017 editó “Despierta” con EzTone.
“Conversamos sobre la obra y le mostré algunos beats que tenía en el momento. Yo iba para Guayaquil, él iba para Quito, nos juntábamos los fines de semana, y así empezamos a dar forma a “Despierta”. Eztone ponía beats en el estudio y El Cholo los improvisaba. Ese era el ejercicio. Así grabaron uno de los temas upbeat más icónicos de su carrera así como otras maquetas, muchas nunca publicadas.
En 2018 vino el EP “Paseo nocturno” y dos años después sacó “Nativo”. En 2022 editó otro EP, CXMX AYUDAMXS A LXS CHICXS para en 2023 sacar “Cronopatía”. En su discografía ha colaborado con actos musicales como Cannaroots, Héctor Napolitano, Ganjah Roots, Núcleo aka TintaSucia y OhSo.
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Seguir los pasos de El Cholo casi que garantiza labia y humor a lo largo del camino. La experiencia de conocerlo en la Copa Cannábica La Perla estableció una relación de interés mutuo para proyectos musicales. Un par de meses después de la copa hablamos para explorar su posible participación en un evento de Paralelo Storytelling en Guayaquil: el BudX Experience de Budweiser. Esta fue la excusa para acercarme un poco más a su entorno.
Con mucha educación y profesionalismo llegamos a un acuerdo para trabajar juntos. Lo conocí personalmente en la prueba de sonido el día del evento y vi otro lado de El Cholo, el chupador que bebió incontables latas de cerveza con la banda mientras ensayaban. Ya en la noche llegó puntual con el crew, bien vestido y encachinado. Siguió bebiendo y exigiendo bebida para sus amigos. En un momento incluso llegó a molestarse cuando ya no tenía más cerveza.
Tuve que hablar y explicarle. No fue capaz de decírmelo de frente y mandó a su manager a pedir biela por él. Cuando lo enfrenté y expliqué que el cliente no lo permitía, Guillermo no podía verme a los ojos. Me mostró otro Cholo, el mimado, el cabreado… También se dió cuenta de que no estaba lidiando con muchachos y eso nos puso a la misma altura, generó más respeto mutuo.
Y bueno, el show fue épico. Le valió poco las reglas e hizo lo quiso, cantó lo que quiso, fumó lo que quiso y la gente lo amó. Nunca tuvo una presentación y claramente quería aprovechar la oportunidad para decir lo que tiene para decir en Samborondón, en un barrio y en un local donde su presencia incomodaba un poco. Pero terminó bien y acabó agradecido. Quedamos en mantener el contacto.
Mi naturaleza, consumir lo necesario. “Sabor”.
Cholo, hablemos sobre hierba. “No llegué temprano a eso ñaño pero la gran mayoría de mis temas vienen inspirados en la planta”. ¿Tienes un interés particular que te identifiquen como artista cannábico? “Sí, porque soy comunitarista y la comunidad del cannabis te da un rango. Me gusta que sepan que estoy informado. Me gusta tener ese pokemón en mí, de poder hablar de esto sin prejuicio”.
La música de Guillermo está permeada por el cannabis, de maneras figurativa y codificada. Su tratamiento de la planta desde el arte es una práctica aún poco explorada en el Ecuador por el persistente atraso del país para hablar sobre cannabis en sus contextos culturales y recreativos. Ahí también reside una misión artística personal que ha colocado a su discurso sobre el cannabis como una parte importante de quien él es.
La hierba me ayuda a desarrollar ideas, premisas, procesos creativos… Y la encontré en punto preciso. Cuando ya era rapero y lancé mis primeros temas sentí que ya no daba más. Cuando fumé esa nota me potenció y volví a entender la vida. Ah ya, ¡esto es así!. Cuando hablo sobre hierba en mis temas o en mis redes trato de que no se vea desde lo vulgar. A veces se la percibe como vulgar para quien no sabe.
En mi contenido trato de ser explicativo porque me siguen pastores y hartos panas de la iglesia. Me gusta sostener mi proyecto con todos mis círculos, entonces mi música tiene que gustar a cristianos, grifos, borrachos, adictos, rehabilitados, etc. —es decir— todo lo que yo he sido. En el 2013 cuando conocí a DJ Chafomón me enseñó mucho sobre la cultura hip-hop. Y en el 2015 fue el primer marihuanero que vi y pensé: si lo hace un marihuanero, yo quiero ser así.
Creo que los cultivadores o consumidores de cannabis tienen una responsabilidad muy grande de acercar a la planta a las personas comunes y corrientes y eso no se alcanza solo montándola de fumeta.
También estaba Moogaflow. El brother tenía hijos, mujer, trabajo, proyectos, caletota y fumaba y pensé que eso no parecía delincuencia. Eso yo no lo había visto. Así fue la primera vez que no lo vi mal. Yo venía de la burbuja cristiana donde te hablan de la juventud perdida en las drogas y le tenía miedo pero ningún adicto es como se lo pinta. Todos somos humanos con problemas y los lidiamos de varias formas. Le tenía miedo.
Era algo desconocido que toda la vida me habían dicho que era malo hasta que conocí personas que para mí eran un ejemplo y consumían. Justamente las primeras personas que vi fumando fueron Chafomón y Moogaflow, los productores que me ayudaron a hacer “Simple” en 2014.
Ellos me enseñaron sobre la cultura real del hip-hop estadounidense, de cómo empezaron las notas, cómo empezaron a hacer discos y cómo empezó el sampling. Los visitaba mucho y me pareció un buen ejemplo cómo ellos usaban la hierba. En la iglesia, la mayoría de veces en que me hicieron criticar a drogadictos o borrachos los ponían en contextos donde obviamente los iba a ver como peligrosos. En una esquina en la mierda, la gente toda volada, toda caída, borracha. “¡Mira ese borracho!”, me decían.
Encontré la hierba en el momento justo para poder utilizarla bien porque tenía problemas para manejar la ira y trabajar mejor la paciencia. Es más, a veces con mi señora tengo peleas como todos, entonces prefiero llegar a caleta a armarme un grifo y discutir después. La hierba me ayuda a estar calmado y a pensar dos veces antes de impulsar algún sentimiento.
Antes hacía un trabajo más consciente y racional. Con la yerba siento que el trabajo es más orgánico. Así voy lleno de mis sentimientos al papel. Escucho el beat, la atmósfera y empiezo a poner las letras en ese papel. Siento que encontré esa conectividad de confiar en la frase que estoy pensando.
La hierba me ayudó a conectar más con el rapero que estaba en mí sin referencias externas. Llega a hacerte dudar de una seguridad y a hacerte pensar que tal vez hay otras seguridades. Esta nota para mi es clave. Te permite concentrarte en otro nivel. No en el nivel del ego, porque normalmente la seguridad que yo experimentaba cuando no fumaba era mi ego. Acá es una seguridad miedosa, entonces te permite investigar, indagar, perderte un poco en algunos conceptos para poder sacar una idea más desarrollada.
En el 2016 hice un tema con Ganjah Roots en un disco de A2H+ que se llama “Consecuencias”. Creo que fue mi primer tema que habla sobre la yerba. En este mismo álbum tenemos unos feats con panas que hablan de la planta. Un ejemplo en un tema con Clan 8.5 que ahora se llama la “Huancavilca Family”.
En 2017 cuando lancé “Despierta” con EzTone lancé “Azar” donde hago varias metáforas, más que sobre la yerba, sobre el trip botánico, sobre sembrar, sobre cultivar… A partir del 2017 ya la mayoría de temas cannábicos que he hecho tienen referencias positivas.
De ahí nace el EP CXMX AYUDAMXS A LXS CHICXS. Allí tengo referencias a la yerba. Igual, a pesar de que el cannabis me ha inspirado para escribir todos estos temas, a veces no me gusta venderlo como tal porque “vendiendo humo” solo llegas a la gente que le gusta el cannabis recreativo.
Si voy a hablar del tema trato de que sea un mensaje reflexivo para que lo vean como “ah ya, este man consume pero mira cómo lo está haciendo” y no caer en una movida similar a la de Cypress Hill de estar fumando 24/7 en la cara, aunque la respeto full y tuvo mucha importancia en su momento.
Siento algo parecido con el rap y con el activismo. Siento que si nos quedamos fumando entre nosotros y haciendo eventos entre nosotros no vamos a salir a nueva gente. Está bien la celebración pero a veces no estamos llegando al corazón de la gente con el mensaje “oye, esto es una planta igual que la que tienen en sus casas”.
Hay muchas personas que detestan la hierba brother pero que les encanta mi música. Me gusta eso porque es bueno que para ellos yo sea un grifo buen dato. Si los manes un día tienen que hablar de un buen ejemplo de marihuanero y mi nombre sale me deja tranquilo con los mensajes que mandamos.
A veces dentro de las comunidades uno se pierde mucho buscando la verdad. Si tú vas a tu comunidad cannábica ya hay gente que tiene su verdad. Ya están edificados los dioses en templos cannábicos y a veces uno se siente obligado a encajar allí como sea. Cuando tu encajas y te das cuenta que igual te sientes insatisfecho ahí es donde nace Jesús, un rebelde, un anarquista… Por eso yo critico mucho a veces a nosotros los raperos. Con algo de experiencia nos creemos mejores que los nuevos.
Pasa lo mismo con líderes cannábicos que se creen la mamá de tarzán porque saben de la planta. Eso para mí margina al nuevo comunero que quiere acercarse por la misma razón que todos nosotros al principio nos acercamos a las comunidades: para buscar identidad.
La promesa de volvernos a ver con El Cholo se concretó en Quito el pasado mes de abril cuando Leona Edibles organizó el High Tunes, un evento por el 4/20 y Guillermo se presentó como parte del set musical de la noche. Esa fue la tercera vez que nos vimos.
Llegó desde Guayaquil en bus durante la noche anterior y estuvo en la capital pocas horas, lo justo para presentarse y rapear. Recorrimos el circuito cannábico 4/20 de la capital y “jangueamos” para conversar. Tuvimos un trato cercano y pudo abrirse de manera más íntima sobre aquello que le interesa. En está oportunidad sentí que ya era un amigo.
El evento fortaleció el hecho de que El Cholo se ha convertido ya en un fixture importante de los circuitos cannábicos nacionales. De hecho fue headliner de la 2da Copa Nacional 2850 que se desarrolló en Quito el 7 y 8 de octubre junto a Black Mama, Valle Verde y WuArmy Rap. Como parte del circuito cannábico, en el High Tunes Guillermo se mostró más tierno y filosófico que nunca, hablando sobre el barrio en el que creció y los personajes que lo formaron.
Antes de ser sabio hay que ser joven y estúpido. “Vívido”.
El Cholo nació y creció en el barrio. Vivía en el suburbio, en la 26 y la Q, a dos cuadras de la tienda donde sus papás le mandaban a hacer la compra. “Buen día vecina”, decía en el camino y sentía un campo energético que le conectaba con ella. Más allá veía a su hijo y le decía “habla tío”. El borrachito gritaba “¡qué pasa tío!” y ya le sacaba pinta. En la tienda llamaba a la casera por su nombre para llevarse fiado. “Tenía que hacerme amigo de la señora para que acolite con la compra”.
Estas sencillas comunicaciones han sido clave en su vida. Ahora, cuando ve borrachitos en la esquina y tiene que pasar con su mujer —para evitar que la morboseen, los saluda primero: “¡qué dice la banda, salud! Así, por más morbosos que sean, se van a hacer los cojudos cuando pasamos (…) y quizás lo harán cuando ya no esté. Si uno va al barrio y quiere montar la de bravo o como si el barrio fuese propio suyo, ahí hay un problema”.
Para El Cholo, el barrio es esa gran escuela porque te enseña diferentes tipos de personalidades y eso alimenta la intuición. “Cuando conoces gente nueva empiezas a buscar en la base de datos de caras, de miradas, de subjetividades, de palabras y de frases que podrías usar para llegar bien a esa persona”. La importancia de la vida de barrio guayaquileña o por extensión, ecuatoriana, ha construido un discurso hopero auténtico.
El barrio te forma y te hace saber que no eres único. Eso no pasa en los vecindarios gomelos, que tienen esta falta de comunidad que hace al final que los pelados al salir al mundo exterior no sepan cómo comportarse con otros y solo conocen las formas de las personas iguales a ellos.
Como nunca caminaron por un barrio, nunca han tenido que hablar con un borrachito, con un marihuanero, con un triquero, con una cristiana evangélica, con el de la ferretería para estar sentado parchando comiendo un bolo y viendo cómo la gente pasa. Muchos raperos no entienden esto porque la mayoría ve al barrio como una herramienta pretenciosa. Por que son marihuaneros se creen de barrio. ¿Chucha eres del barrio y no saludas ni a las amigas de tu mamá?
Siento que la conectividad con el barrio no tiene nada que ver con su peligrosidad. Lo peligroso del barrio es parte del barrio y es una ventana. Pero ahí también están los pelados peloteando, los transportistas que van a dejar a las tiendas las notas y se quedan parchando, los Uber Eats y se quedan parqueados en su moto, parchaditos.
El barrio es una gran escuela en la que —si como persona o artista no logras descifrar— vas a tener un mundo limitado. Hay mucha gente que le tiene miedo pero yo siento que es un lugar menos peligroso porque la mayoría de los pillos no dañan su propio barrio. En el barrio no solo están los manes que parecen peligrosos.
También están las señoras que van a hacer trámites y los señores que parquean carros. Si uno se siente ajeno a todos estos personajes obviamente te van a transmitir peligrosidad. Si te llevas con el wachiman y el que cuida carros te vas a sentir menos inseguro porque ellos te van a ubicar y pensar “no, el man es el hijo de la señora tal, dejalo sano al pelado”.
Yo me acuerdo cuando me crié en Sauces 6 había un gordito que se llamaba Jabancho en la esquina y cuando yo llegaba tarde de mis fiestas él estaba “dealereando” polvo.
Siempre que me veía me decía “eh pelado, ¿qué haces aquí caminando solo?, vamos te acompaño a tu casa”. Entonces varias veces me veían caminando con el man y decían “para con ese man, ese pelado es a lo bien”.
Si tu no te das a conocer en el barrio como tú eres, lo zanahoria que tú eres, los pillos tampoco te van a reconocer. Si eres un man que está montando la suya, con cara de no querer saludar a nadie, con celular en la mano, obviamente que te lo van a robar brother. En cambio si llego diciendo “habla muchacho, que dice la banda tun tun tun tun” no voy a estar en su rango de víctimas.
En ese rango de la delincuencia solo están —como dicen los manes— “los boquiabierta”, los que ni le paran bola al barrio, los que ni siquiera pueden saludar a un adicto. Yo camino tranquilo en los barrios de Guayaquil ñaño. El único momento en el que me siento en peligro es cuando me fumo un grifo y siento que los pacos van a pasar.
Solo soy rapero, me confunden con cantante. “Ipso facto”.
“Cronopatía” es su álbum más reciente. El trabajo está conceptualizado desde el tiempo a través de la mitología griega y se agarra de la figura de Cronos, una personificación del tiempo. Es un álbum de diez temas que intenta ser una continuación de una obra que tenía con A2H+ que, al separarse la banda, se perdió por un momento. Tiene algunos beats pensados para el proyecto que tenía con K-mada que todavía no estaban escritos.
El álbum habla mucho sobre ese sentirse afligido con la marcha del tiempo. Hay muchos temas de arrepentimiento y la mayoría de sus metáforas son abiertas. “En trabajos anteriores había utilizado mucho la tercera persona y metáforas para evadir la responsabilidad de decir lo que siento”.
Muchos piensan que es, con distancia, su álbum más personal y oscuro donde repasa lo que más le ha tocado. “Este álbum va de frente. Digo notas que no solía decir, que no me las atribuía. Me dejo conocer mucho y eso lo hace significativo. Digo cosas de mí mismo que en otros momentos no hubiera dicho. Normalmente suelo ser muy elocuente y hablo de conceptos idealizados. Pero en este álbum, no. Digo crudamente cosas que nos pasan”.
“Somos Atlas” habla sobre su separación de K-mada y A2H+. En “Honor” habla sobre comerse a sus hijos como una representación de los círculos que ha quebrado sin querer a lo largo de su carrera y de los panas de los que se ha alejado. “Otredad” habla sobre lo vano del vegetarianismo, de “no sentirse especial” por aquello. Lo mismo del feminismo en una crítica que viene desde la derrota del ego que tanto le ha costado. “También me ataco para liberarme de la carga de ego que persiste”.
“Cronopatía” es el disco que marca la transición de lo que fue A2H+ y lo que El Cholo propone ahora para sostener en la escena para el futuro”, dice DJ Mandy. “Se lo he dicho: salió cuando debía y es un producto muy necesario porque tiene contenido muy franco sobre el contexto en que vivimos donde nos ahogamos y nos avasallamos al mismo tiempo”.
“Él no está pensando en su álbum, está pensando en una escena de rap y eso también lo hace un personaje importante”, dice EzTone. Mandy coincide cuando dice que “El Cholo tiene mucho deseo de que la máquina siga funcionando sin depender demasiado del dinero. El proceso tiene mucho de autogestión y aquello requiere mucho deseo de mantener vivo el género”.
En el álbum El Cholo habla mucho de sí mismo, de los trastornos personales por los que pasa y aquellos de su círculo cercano. “Traté de ir al concepto más básico del tiempo, al filosófico si quieres, a lo que entendemos hoy como tiempo, ese “de lunes a viernes de 8h00 a 17h00”. Entonces hablo mucho sobre su estela y ese residuo que va dejando en cada individuo en lo que hace con su propio tiempo”.
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El último encuentro personal con Guillermo Ríos ocurrió la noche del lanzamiento de “Cronopatía” en el Zíngaro en el barrio quiteño de la Vicentina el pasado julio. Flanqueado solo por un DJ y con una sudadera negra, El Cholo presentó un set con algunos de los temas del álbum en un show que duró un poco menos de una hora. El local estaba repleto y se notaba que entre los asistentes estaban algunos de sus fans más devotos de la capital porque coreaban letras que para algunos hoperos aun son desconocidas.
“Por aquí soy yo, no sé por allá, llamando la atención tal vez por la soledad…” canta en “Intro 20” en media presentación mientras se mete en un capullo de introspección, como abrigándose para entrar en su intimidad. Momentos después la derriba con fuerza con los temas upbeat de remate. Pero no importa. Para entonces, el público ya ha entendido cómo Guillermo se comunica con él: con los altos y bajos tan suyos, tan de sus sutiles provocaciones que pueden elevar tan fácilmente como sumergir.
Es 2023 y El Cholo ha cumplido diez años de carrera musical. Atrás han quedado los años en la iglesia, algunos amigos a los que no ha visto más, relaciones musicales que se extinguieron y un bagaje artístico construido con paciencia y humor. “Él ya tiene un público muy grande y será un referente indiscutido del rap ecuatoriano en el futuro”, dice EzTone.
Ahora tenemos a un artista a quien la experiencia le ha enseñado que la paciencia es una virtud que a veces cuesta entender y que, en la música, el folclor supera a la ignorancia y a la segregación.
“Para mí no hay nada mejor que hacer de la música folclor. Una vez que es así va a llegar a la élite, a la clase media, al que parcha en la esquina… Manu Chao gusta a chiros y aniñados, morenos y blancos, choros y abogados. Su música no tiene fronteras porque es folclor. Trato de hacer lo mismo yendo al corazón de un pueblo (…) Los artistas estamos obligados a ser percibidos frente a todos y no solo por algunos públicos. Todos me tienen que percibir, todos”.