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Creo que no tuvimos el comienzo que habríamos querido. Aún andamos averiguando de dónde venimos para saber quiénes somos, suponiendo que, hechura de la historia, yendo hacia atrás se pudiera cambiar la realidad en la que estamos presos.

– Jorge Enrique Adoum

Hablar abiertamente de cannabis en Ecuador es un reto cultural, político y semántico. La brutalidad con la que la planta ha sido estigmatizada desde hace décadas por parte del Estado y del grueso de la población la ha convertido en un tótem de pasiones y en una excusa vaga para intentar explicar varios problemas sociales. El cannabis en el pensamiento colectivo ecuatoriano ha tenido poquísimo margen de maniobra cuando se ha intentado incorporarlo en la cotidianidad de las acciones que desarrollamos.

En realidad, quienes tratamos de hablar sobre cannabis y sobre sus conexiones con la medicina, la cultura y el placer, entre otras, solemos enfrentarnos al pensamiento prohibicionista y amenazador de las narrativas que advierten sobre los peligros del consumo de drogas.

Hace algunos años el académico Pablo Andrade escribía que “el discurso oficial en torno al tema del consumo de drogas en el Ecuador ha repetido, gobierno tras gobierno, una serie de lugares comunes como crecimiento alarmante, peligro para la juventud y la niñez y amenaza contra la sociedad, que sólo a partir de investigaciones recientes han sido cuestionados”.

La obra es Economía Política del Narcotráfico y es de 1991. Qué poco ha cambiado en 29 años. Es abrumador constatar que las historias que nos seguimos contando como sociedad y las políticas que seguimos aplicando a las plantas y a quienes las usamos no han cambiado en casi 30 años.

Substancias como el cannabis, su posesión y/o consumo siguen siendo, en el peor de los casos, objeto de ataque, criminalización y estigmatización desde varios sectores de la sociedad. En el mejor de ellos, el tema simplemente se ignora como una pérdida de tiempo que poco tiene que ver con los problemas reales que sufre el país.

“En el Ecuador no existe una historia que de cuenta de la presencia de la marihuana en el territorio”

— Rodrigo Tenorio

Es difícil saber cuándo y cómo el cannabis llegó al Ecuador pues el país adolece de estudios históricos para abordar el tema de manera seria en la actualidad. “En el Ecuador no existe una historia que de cuenta de la presencia de la marihuana en el territorio”, dice Rodrigo Tenorio en su obra Ecuador y la Marihuana. Es extraño que un país eminentemente agrícola como este, con una fortísima tradición de uso de plantas medicinales carezca de documentación al respecto.

“En Ecuador parece que hubiera un mutis general sobre algunas plantas”, dice Antonio Gaybor, docente de la Universidad Central e investigador independiente sobre usos de plantas medicinales, políticas y consumos, mientras conversábamos sobre algunos aspectos de nuestra relación como individuos con plantas como el cannabis. “Abordar la discusión sobre sustancias exige un ejercicio de interpretación histórica y análisis sobre usos y consumos apoyado en datos”. Sin embargo, en el Ecuador los datos se nos escurren entre los dedos.

Según la Oficina de Naciones Unidas sobre la Droga y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés), en 2017, 271 millones de personas o 5,5% de la población global entre 15 y 64 años usó drogas ilegales en el año previo. Ese mismo año la droga ilegal más usada en el planeta continuó siendo el cannabis con 188 millones de usuarios. En 2005 eran 160 millones. ¿En Ecuador? Nadie lo sabe.

Las razones son varias y van desde falta de estímulos para la investigación hasta factores culturales fuertemente arraigados, principalmente el persistente miedo nacional a las drogas. Y en ese contexto, la ignominia del Estado ha estado presente siempre. Lo que sí sabemos gracias a trabajos como el de Rodrigo Vélez —ex Secretario Ejecutivo del extinto CONSEP— es que, en 2015 en Ecuador, del total de detenciones policiales por posesión de drogas, el 35% corresponde a tenencia de marihuana o cannabis. La gran mayoría son hombres entre 16 y 29 años. Más adelante abordaremos con mayor detalle estas y otras cifras relevantes.

En una reciente conversación desde Alemania con el catedrático universitario e investigador Jorge Paladines, su claridad ilumina donde la oscuridad persiste. Desconocer que en el Ecuador se consumen drogas ilegales es altamente irresponsable, contaba. “El Estado tiene que reconocerlo, es un hecho social y una realidad desde donde deben partir las definiciones y la toma de decisiones responsables”.

La Guerra Contra Las Drogas, invento estadounidense apoyado por las instancias más altas de resolución dentro del sistema de las Naciones Unidas, fue una decisión política, nunca científica. Jamás hubo estudios que respalden la prohibición y criminalización. “Fue una fundamentación moral que aseguró que son un peligro (…) y ahora nos tienen atrapados justo ahí, en la moral. Debemos salirnos del debate del bien y el mal, del fetichismo de la cosa, del simple adjetivismo y de la anécdota”, dice Antonio.

La riquísima discusión y experimentación con las drogas se protegió de seguridades y mecanismos de persecución y violación de derechos humanos básicos que contradicen en esencia y de manera reglamentaria principios fundamentales de la mujer y del hombre.

“El libre desarrollo de la personalidad a través de la elección humana es algo que el estado ecuatoriano nunca ha considerado».

— Jorge Paladines.

A Ecuador la Guerra Contra las Drogas le ha pegado muy duro. Y los ecuatorianos hemos sido severamente castigados. Como muestra basta mirar lo que ha pasado en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en los últimos años donde el país más sancionado por su aplicación brutal de la fuerza en política de drogas ha sido el Ecuador. El palmarés nacional es desalentador al revisar casos como Suárez Rosero de 1997, el Caso Tibi de 2004, el Caso Acosta Calderón de 2004, Chaparro Lapo y Lapo Íñiguez en 2007 o el Caso Herrera de 2016.

En cada uno se evidencia la penosa violación por parte del Estado a los derechos de ciudadanos y ciudadanas en Ecuador en aras de garantizar su supuesta seguridad social ante la amenaza de las drogas. Para Jorge, el Ecuador ha sido el país latinoamericano más sancionado por temas de violación de derechos relacionados con drogas ilegales en comparación con Brasil, Argentina, Colombia o México.

En el caso nacional la relación entre política de drogas y sistema penal ha sido una vergüenza. “¿Cómo se traduce eso?”, se pregunta. Ecuador tiene un ejercicio represivo muy fuerte frente a la posesión de drogas, entre ellas el cannabis y eso ha impedido que haya un desarrollo frente a otros estado de América Latina o Europa.

De alguna forma resulta paradójico que un país tan represivo haya protegido en el texto constitucional del 2008 el uso problemático de drogas como un problema de salud pública garantizando la no criminalización ni vulneración de derechos pues la realidad diaria es que la Guerra Contra Las Drogas y sus consecuencias están jurídicamente intactas.

La política de drogas en Ecuador no sólo ha atacado vilmente los derechos de cientos de ciudadanos y ciudadanas o ha colocado en prisión a miles de consumidores. También ha tenido un impacto fuerte en el libre desarrollo de la psique. “Lo que tenemos que entender y que está de fondo es que nadie nos puede decir qué hacer (…) somos individuos capaces de tomar nuestras decisiones”, dice Antonio.

“El libre desarrollo de la personalidad a través de la elección humana es algo que el Estado ecuatoriano nunca ha considerado”, matiza Jorge. Ambos tienen razón. Si el Estado quiere ayudar debe permitir que se difunda libremente la información científica sobre una u otra planta con total libertad. “La sociedad parece privilegiar la seguridad por sobre la libertad —dice Antonio— (…) lo que debemos erradicar es el tabú asentado en una mentira acientífica”.

Por fortuna y como se verá a lo largo de esta serie de reportajes, el discurso prohibicionista moral se ha llegado a desgastar frente a la evidencia, que surge cada vez más y que lo vuelve más débil argumentativamente. Lo que está en juego, más allá de la sustancia o de la cosa, de si la planta es buena o mala, es la posibilidad de decidir si la usamos o no.

Por otro lado, el reto semántico de la discusión cannábica nos recuerda que las palabras pesan mucho. Decir cannabis está de moda y puede ser apropiado. Ya es parte de un novedoso léxico nacional tras el reciente romance entre la opinión pública, el cannabis medicinal y cáñamo industrial. Da la impresión que “marihuana” va quedando como vocablo más ajustado para hablar de narcotráfico, delito, fiscalía, policía, decomiso o unidad de flagrancia, entre otras palabras de libre asociación.

Justamente en la obra citada anteriormente, Adrián Bonilla explicaba en 1991 que, si se trata de drogas ilícitas, vigilar y castigar es la divisa. Igualmente graves son los verbos aún firmemente estampados en el lenguaje diario de millones de ecuatorianos y ecuatorianas. A renglón seguido Bonilla no olvidaba mencionar el papel lamentable de los medios de comunicación en este apartado. “Alta cobertura gráfica” son sus palabras exactas, otro tema que abordaremos en mayor detalle más adelante.

Pero quizás hablar de cannabis en este momento es principalmente un reto dialéctico para el Ecuador pues la conversación mayor sobre la relación de las personas con las sustancias que alteran estados de percepción y consciencia rara vez tiene cabida. Casi siempre la ignorancia y el miedo son más poderosos.

Como un posible segundo nivel más elevado de conversación sobre el fenómeno de consumo de drogas, Paladines menciona su valor como “sustancias claves en el libre desarrollo de la personalidad” como ya mencionamos.

El pensamiento crítico de escritores como Antonio Escohotado sobre las drogas en su dimensión hedonista es un buen comienzo para abordar desde otros planos el “fenómeno social de las drogas” como titularon recientemente en la Asamblea Nacional un proyecto de ley ciertos políticos que difícilmente han experimentado con el “fenómeno” en niveles personales, pero que están a cargo de legislar sobre nuestras vidas, cannabis incluído.

En este punto vale la pena saber que la dialéctica contaminada alrededor del consumo de cannabis y de otras sustancias ilegales también ha permeado en el mundo académico. Instituciones de posgrado como el Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN) abordan a las drogas como disciplina de estudio.

Sí, es valioso que se estudien las políticas que las regulan. Pero no se puede estudiar de manera imparcial o innovadora desde los moralismos rancios. Uno de los programas de posgrado del IAEN se titula Maestría de Investigación en Política Pública para la Prevención Integral de Drogas. ¿De verdad es necesario estudiar para defender la prevención integral del consumo de droga? ¿No se pueden estudiar los consumos sin vigilar o prevenir integralmente? ¿No hay nada más allá en nuestras universidades al momento de educar sobre el asunto?

Al momento no y los consumos de sustancias, incluido el cannabis, siguen siendo casi exclusivamente problemáticos en el plano educativo.

El lenguaje, como elemento transversal de la experiencia humana, es clave en el cannabis. A fin de cuentas, como humanos, vivimos para contarnos historias y a través de ellas aprendemos, juzgamos, sentimos empatía, nos solidarizamos… ¿Cuál es la historia que nos contamos actualmente en el Ecuador acerca del cannabis?  El mencionado reto semántico tiene una relación directa con los medios de comunicación, específicamente con la cobertura de esta planta en la prensa ecuatoriana.

Con la agudeza de un crítico de su nivel, Giovanni Sartori decía que los medios de comunicación, lejos de reflejar las dinámicas que se producen en una sociedad, amplifican los cambios e ideas que a la larga promueven. En el caso de la cobertura ecuatoriana de cannabis, su sentencia suena poderosamente elocuente.

El lenguaje, como elemento transversal de la experiencia humana, es clave en el cannabis. A fin de cuentas, como humanos, vivimos para contarnos historias y a través de ellas aprendemos, juzgamos, sentimos empatía, nos solidarizamos… ¿Cuál es la historia que nos contamos actualmente en el Ecuador acerca del cannabis? 

El mencionado reto semántico tiene una relación directa con los medios de comunicación, específicamente con la cobertura de esta planta en la prensa ecuatoriana. Con la agudeza de un crítico de su nivel, Giovanni Sartori decía que los medios de comunicación, lejos de reflejar las dinámicas que se producen en una sociedad, amplifican los cambios e ideas que a la larga promueven. En el caso de la cobertura ecuatoriana de cannabis, su sentencia suena poderosamente elocuente.

Portada Revista Vistazo, octubre 2018.

En su edición de octubre del 2018, revista Vistazo publicó una nota con el titular “Marihuana, ¿remedio o enfermedad?” donde el periodista llega a afirmar que la marihuana tiene efectos alucinógenos sin el menor matiz. La superficialidad del trabajo de portada llama la atención para un medio en teoría respetable y con trayectoria. Sí, en prensa un titular vendedor es esencial.

Pero un contenido de calidad debe ser la consecuencia obvia. En el mejor de los casos, la ejecución es timorata. Tratar de explicar a sus lectores las propiedades medicinales del cannabis o posibles riesgos al consumirlo es justamente su trabajo periodístico.

De igual manera, hace pocas semanas, el editor de la sección Seguridad del diario El Comercio sonaba las alarmas entre los ciudadanos de bien y llamaba a la actuación de la policía por el preocupante incremento en la demanda de marihuana en ciudades como Quito, lo que obviamente ha supuesto mayor circulación y por ende —según el periodista— un peligro social de seguridad ciudadana.

Su análisis es tan miope y su temor a abrir nuevas discusiones tan palpable que es muy difícil pensar que su experiencia como editor le ha dotado del conocimiento y sabiduría para detectar las reales amenazas para la seguridad ciudadana que no tienen que ver con una planta. Por su parte, es moneda común de casi cualquier noticiero de la cadena Teleamazonas destacar la bravura de los decomisos policiales y arrestos por simple posesión de yerba.

Al final para los medios audiovisuales son contenidos fáciles de hacer y visualmente crudos. “La ciudadanía dió la alerta” decía un policía en una nota de mayo del 2019. Igual que para los medios, para la fuerza pública son arrestos sencillos sin mayor auditoría interna o externa. Así la trilogía de cooperación prensa—policía—ciudadanos de bien quedaba armoniosamente congratulada.

Para combatir esos vicios necesitamos un nuevo pensamiento periodístico. Cubrir cannabis en Ecuador es complicado. Las fuentes suelen ser herméticas, los datos no están sistematizados y las cifras sobre usos y consumos no están disponibles.

En La Economía Política del Narcotráfico Pablo Andrade lamentaba que hasta finales de los ochenta la información estadística sobre consumo de drogas en el Ecuador era prácticamente inexistente. Eso ha provocado un vacío informativo no solo para debatir el tema en varios espacios de decisión, sino para hacer periodismo de calidad.

Pero no todo está perdido. Viejas generaciones van cediendo espacios a personas con otras formaciones y acercamientos al cannabis. Estudios comportamentales recientes han revelado que los muchas veces vilipendiados millennials registran actitudes racistas, homofóbicas y prohibicionistas mucho menores que sus padres y abuelos. También son mucho menos proclives a aceptar sin chistar las narrativas impuestas por sus predecesores.

Muchos hablan otras lenguas y están conectados con el mundo exterior a través del internet. Ahora mismo en ciudades como Guayaquil, Cuenca, Quito, Ibarra, Portoviejo o Riobamba están formándose circuitos cannábicos que operan en cercana colaboración la mayoría de veces. Son realidades interesantes a las que vale la pena poner atención.

Hablar de cannabis es hablar de libertades. Sin embargo en momentos de pandemia y cuarentena el Estado se alarma sobremanera con lo prohibido y, en el caso ecuatoriano, el Estado profundiza sus raíces autoritarias. Así, para desarrollar este mapa cannábico, empezamos con Política, Leyes y Regulación donde revisamos las fuerzas y procesos que están normando el uso o aprovechamiento de la planta en Ecuador, así como los problemas que persisten a la hora de legislar nuestra relación con la planta.

Economía y Cáñamo Industrial analizan por qué Ecuador está hablando tanto de cáñamo en los últimos meses y mira por qué cauces y a través de qué voces se está esparciendo la información. En el bloque Medicinal echamos la mirada al trabajo de quienes trabajan el lado medicinal del cannabis mientras que en Retail y Consumos averiguamos algunas formas en las que la planta es aprovechada para formar emprendimiento, empresa y comunidad.

El Ecuador ha tenido una tradición interesante en el Activismo Cannábico y en ese bloque intentamos saber qué está pasando en esos circuitos y cómo ha evolucionado esa actividad a la luz de desarrollos recientes. No es posible dejar de lado a las personas que trabajan el cannabis desde el Cultivo y el Breeding de esta especie, así que dedicamos un bloque a descubrir por qué caminos se están desarrollando estas apasionantes actividades.

Finalmente queremos dar pistas sobre la relación del cannabis con una posible cultura de Entretenimiento para terminar con Medios de Comunicación hablando de cannabis en las narrativas que forman nuestras percepciones sobre su uso y gestión.

Hay dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo, decía Oscar Wilde. Con esa idea PARALELO presenta este mapa del cannabis en Ecuador, una mirada a qué está pasando y sobre qué está en juego para productores, consumidores y policy makers en el aprovechamiento, manejo y entendimiento de una de las sustancias más polémicas de nuestros tiempos.

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